Análisis

Internacionales

18/08/2015

La evolución del capitalismo hacia un progreso equitativo y un planeta sustentable

Columna de opinión de Alberto Schuster, Director de la Unidad de Competitividad de ABECEB, publicada en La Nación el sábado 15 de agosto. La necesidad de mejorar los niveles de vida de grandes sectores de la población mundial, la resistencia natural al deterioro en los niveles de los países desarrollados y la compatibilización de estas demandas con la protección del medio ambiente presentan futuros desafíos que deberán ser encarados mediante nuevas ideas, ejecutadas por renovados liderazgos, que tengan como prioridad no sólo la creación de riqueza sino también el progreso social.

No hace falta ser un agudo sociólogo para advertir las expresiones de disconformidad sobre la actual dinámica del progreso social. Esto ocurre tanto en los países desarrollados, donde el desarrollo es anémico y crece la inequidad, como en los emergentes donde el crecimiento, esperanza de equiparación con el nivel de vida de las sociedades más avanzadas, está disminuyendo. Las empresas, actor principalísimo en la creación de riqueza no están, como en el pasado, coadyuvando significativamente al progreso social y los políticos no encuentran el camino siquiera para, por lo menos, dar una esperanza en orden a superar el problema.

Los reclamos se hacen sentir en los círculos académicos, en los medios y en las redes sociales y últimamente, hasta el Papa Francisco puntualizó de manera descarnada la responsabilidad que detentan los distintos agentes que intervienen en el proceso económico. Hay cifras que nos tienen que llamar a la reflexión: cuatro mil millones de personas viven con un ingreso paupérrimo y 200 millones no pueden acceder al trabajo, en su mayoría jóvenes. Este panorama se torna problemático dado que la existencia de alto desempleo, inequidad, pobreza y ausencia de horizontes, lleva a los ciudadanos a perder la confianza en las instituciones, la cohesión social se resiente y la tendencia a caer en populismos se incrementa.

La reciente emisión el de la encíclica “Laudato Sí” del Papa Francisco respecto del cuidado del planeta lleva a reflexiones no sólo sobre el objeto del documento sino sobre aspectos que hacen al desarrollo, progreso de las personas y su convivencia, el rol de los gobiernos, las comunidades y las empresas, en la construcción de un deseado ascenso equitativo.

Para volver a motorizar el deseado progreso social se necesitan nuevos paradigmas: para la gente, los políticos y las empresas. La necesidad de mejorar los niveles de vida de grandes sectores de la población mundial, la resistencia natural al deterioro en los niveles de los países desarrollados y la compatibilización de estas demandas con la protección del medio ambiente presentan futuros desafíos que deberán ser encarados mediante nuevas ideas, ejecutadas por renovados liderazgos que tengan como prioridad el bien común.

En los últimos siglos ninguna creación humana ha producido un impacto más significativo en el desarrollo de la humanidad que el capitalismo de mercado, representado por su gran invención: la empresa basada en el capital distribuido. En general, el fenómeno empresario contribuyó al bienestar de porciones significativas de la humanidad, mediante el comercio, la inversión, la transferencia de conocimientos, el emprendedorismo y la innovación. Lo dicho anteriormente no implica que el capitalismo y la empresa sean perfectos sino que, precisamente, en su raíz yacen las fuerzas que, de tanto en tanto, generan sus crisis. Y particularmente en las últimas décadas la exacerbación del lucro inmediato y la codicia, motorizada por la conducta de líderes empresarios plenos en disvalores, así como el sobredimensionamiento del capital financiero, han generado crisis cada vez más recurrentes.

Bajo el paradigma “clásico” las empresas tuvieron como propósito satisfacer las necesidades del mercado mientras generaban ganancias para sus accionistas sin interesarles demasiado el uso de los recursos, el medioambiente y la gente; con un enfoque en las ganancias de corto plazo y un concepto de “suma cero”, que implica: lo que gana la empresa es de alguna forma pérdida para la contraparte. Crecientemente, en círculos de pensamiento empresario, se ha comenzado a buscar un propósito más allá del concepto de “suma cero”; ir hacia un enfoque más trascendente, para que la empresa se involucre en el desarrollo integral de la sociedad.

El concepto es evolucionar hacia la generación de “valor compartido” mediante el alto desempeño con integridad. Que cree tanto riqueza como propenda al progreso social. Dicho valor compartido deberá generar beneficios no sólo para los accionistas sino para todos sus grupos de interés: empleados, clientes, proveedores, medio ambiente y la comunidad. El concepto liminar es que no toda ganancia tiene la misma calidad. La ganancia que a su vez involucra un propósito social representa una forma más virtuosa de capitalismo al crear un círculo virtuoso entre la empresa y la comunidad.

El concepto de valor compartido va más allá de la ya tradicional “responsabilidad social”, dado que su búsqueda no está en la “periferia” del negocio sino que es parte de sus procesos estratégicos, abandonando el concepto de “suma cero”. Sostiene la idea que las necesidades sociales definen los mercados y que los daños o debilidades sociales generan, tarde o temprano, costos económicos para las empresas y la sociedad, como el desperdicio energético, del agua y de las materias primas, los accidentes, y el costo de entrenamiento de las deficiencias educacionales y la inseguridad que genera la marginalidad.

La materialización del concepto de la creación de valor compartido consiste en re-concebir los productos y mercados, redefinir la productividad en la cadena de valor y permitir el desarrollo de las comunidades locales. La acción debe estar orientada a redefinir las estrategias y las prácticas operativas que, optimizando la productividad de la empresa, mejoren al mismo tiempo las condiciones económicas y sociales de las comunidades en las cuales operan. Consiste en: legitimar el producto ofrecido, mitigar el impacto ambiental, potenciar las capacidades y la salud de los empleados, incrementar el valor creado por los proveedores, minimizar el consumo de agua y de la energía, coadyuvar al bienestar de las comunidades, cumplir con la ley y no convivir con la corrupción.

Ya hay grandes empresas que están comenzando a internalizar estos conceptos para que estos valores y forma de encarar la actividad empresarial puedan constituir una síntesis virtuosa entre la potencia empresaria y los conceptos aspiracionales de los líderes del campo espiritual. Solo la internalización por parte de los dirigente, entre ellos los empresarios, de que la existencia de pobreza, marginación, falta de trabajo, ausencia de horizontes y degradación del planeta conducirá, tarde o temprano a una involución en el progreso que la Humanidad ha experimentado. Tomará tiempo, pero vale la pena intentarlo.