Análisis

Internacionales

27/04/2015

Brasil estornuda, ¿se resfría Argentina?

Belén Olaiz Coordinadora de Desarrollo de Producto

Dice el refrán que si Brasil estornuda, Argentina se resfría. Y Brasil está estornudando. Por un lado, se observa una abrupta caída del real desde comienzos de año, asociada a la revalorización del dólar a nivel mundial, pero con fuertes componentes domésticos. Por el otro un escaso dinamismo que ha obligado a sucesivas revisiones de las estimaciones de crecimiento. Esta nota y el monitor que la acompaña repasan la complicada coyuntura brasileña, y los motivos detrás de esta situación.

Dice el refrán que si Brasil estornuda, Argentina se resfría. Y Brasil está estornudando.

Muchos atribuyen esta situación al escenario internacional. En particular, en lo que respecta a la abrupta caída del real que se ha registrado desde principios de año, que se asocia al incremento del precio del dólar a nivel global. A partir del anuncio del fin del quantitative easing, se percibe que la política monetaria de Estados Unidos se volverá progresivamente menos laxa, en un contexto en que, además, Europa adoptó una instancia expansiva, con lo que los capitales internacionales han decidido migrar hacia USA apreciando su moneda, llevándola hoy a niveles superiores a los registrados durante la crisis de 2008/09.

Sin embargo, Brasil ha estado entre los países más afectados por este fenómeno. Si bien en las pasadas semanas el real ha mostrado cierta apreciación hasta ubicarse nuevamente por debajo de los 3 reales por dólar, a abril la moneda vecina marca una suba de 37,1% interanual, superando el debilitamiento del euro (de 27,9%), y representando el mayor incremento para toda la región.

Lo anterior sugiere que la coyuntura brasilera actual se explica en buena medida por factores domésticos. El país vecino enfrenta un panorama interno complejo plagado de desafíos, tanto en el plano político como en el económico. Las denuncias de corrupción asociadas a Petrobras y el descontento económico ligado a un proceso de ajuste que no cuenta con amplio consenso, han erosionado los márgenes de maniobra del recientemente reelecto gobierno. En este marco, la aprobación de la presidenta Dilma Rousseff se derrumbó desde 42% en diciembre pasado a un mínimo de 13%, según los últimos datos revelados por Datafolha.

Por el lado económico, las inconsistencias se han vuelto crecientes. La principal está dada por una política fiscal que ha generado desconfianza sobre la sostenibilidad de la deuda, y que ha presionado sobre la inflación. El año pasado, de hecho, el gobierno brasilero se vio obligado a modificar la Ley que obliga a un superávit primario de 1,5% del PIB al marcar un rojo de 0,6%, resultado que no se había observado nunca en la última década.
La sostenibilidad de la deuda pública brasilera -que representa 61,7% del PIB, y el año pasado sufrió un incremento de 5 puntos del producto- se ha visto cuestionada, lo que ha generado temores sobre una posible baja en su calificación crediticia que quite a Brasil del grado de inversión.

Tampoco ayuda el ciclo alcista de tasas emprendido por el Banco Central de Brasil desde principios de 2013, que llevó la SELIC al 12,75%, ubicándola entre las más altas del mundo. Hay que tener en cuenta que más de un tercio de la deuda pública está atada a la evolución de la tasa de referencia, y que su duration es baja, lo que obliga a enfrentar importantes vencimientos de capital e intereses todos los años. De todos modos, el accionar del banco central parece adecuado al considerar que, incluso a pesar de este sesgo monetario sumamente contractivo, la inflación anual marcó en febrero una suba de 8,1% anual, superando en un punto y medio el rango meta del Banco Central, y tocando un máximo en diez años. Obviamente, esto no sorprende si se compara con una variación del tipo de cambio de 37,1% en el último año.

A esto se suma el desbalance existente en materia externa, marcado por un déficit de cuenta corriente de casi 4 puntos del producto brasilero. Frente a un proceso de inflación con recesión, desbalance fiscal y externo, y de cara al dilema de incrementar la competitividad o controlar la inflación, el gobierno de Dilma ha optado por dejar que el tipo de cambio suba y emprender una corrección fiscal que permita alcanzar una nueva meta de superávit primario de 1,2% del PIB en 2015. Sin embargo, emprender una corrección fiscal no será una tarea sencilla para Rousseff. Si bien los primeros pasos en esta dirección han apuntado a incrementar las tarifas eléctricas e impuestos, sus iniciativas han encontrado serios escollos para materializarse en el Congreso, debido a que han sido resistidas, no sólo por la oposición, sino también por sus aliados.

En este contexto, no sorprenden las bajas sucesivas que han sufrido las proyecciones de crecimiento para este año, luego de un 2014 de magro desempeño (cuando el PIB marcó una suba de apenas 0,2%). Actualmente, el consenso de mercado prevé una caída de 1,1%, aunque es probable que el ajuste hacia abajo de las expectativas continúe, y que el país vecino cierre con una contracción de 1,5%.

Impacto sobre Argentina

A nivel local, la coyuntura brasilera ha despertado señales de alarma, dado que la depreciación de Brasil se combina además con un tipo de cambio prácticamente fijo en nuestro país como la única herramienta antiinflacionaria del gobierno (y, además, atado a una moneda que se está revaluando en el mundo), junto con un diferencial de inflaciones entre los países muy adverso para Argentina. La resultante es una mejora importante de la competitividad de los productos brasileños frente a los domésticos. Solo como muestra basta mencionar que el tipo de cambio real entre ambas monedas se encuentra hoy ya por debajo de los niveles en que se encontraba antes de la devaluación propiciada por Juan Carlos Fábrega en enero de 2014.

De todos modos, un real más débil no afectaría rápidamente a nuestro país, como sí ha sucedido en el pasado, dado que, en primer lugar, no es esperable una avalancha de importaciones brasileñas debido a que el gobierno mantiene un comercio administrado con trabas y otras barreras. Y, además, a que en el corto plazo tampoco suele observarse un efecto significativo sobre las exportaciones, debido a la complementariedad que rige el comercio bilateral. De todos modos, hay que tener en cuenta que de sostenerse en el tiempo la pérdida de competitividad podría condicionar el desarrollo del entramado local en el mediano plazo, favoreciendo en términos relativos las inversiones al país vecino.

El mayor impacto en lo inmediato pasa en cambio por el escaso dinamismo de la economía vecina. El sector automotriz se encuentra entre los más expuestos a esta situación, dado que el 85% de los autos producidos en el país tienen como destino a Brasil.

A su vez, esa situación se da en marco muy malo de la relación bilateral entre ambos países. En este sentido, lo más probable es que las discusiones bilaterales se posterguen hasta la llegada de un nuevo gobierno en Argentina, dado que la administración local seguirá concentrada en administrar los desequilibrios internos, especialmente teniendo en cuenta la naturaleza electoral de 2015.